Comentario
A finales de los años sesenta en Estados Unidos aparece de manera escandalosa, como una estrella de Hollywood, arropado por todos los medios del sistema (marchantes, galerías...) el hiperrealismo, para desaparecer del mismo modo y con la misma velocidad, tras consagrarse en 1970 en el museo Withney con la exposición Veintidós realistas (aunque en los últimos años parece que ataca de nuevo). Enlazando con esa tradición realista, que nunca se había perdido del todo -Hopper es un buen ejemplo-, toman como punto de partida la fotografía pero no abandonan los pinceles. Su labor consiste en llevar a cuadros de gran formato fotografías de cosas banales, de la vida cotidiana en las ciudades -escaparates, calles, casas, coches y gente moderna, que hoy nos resulta terriblemente pasada de moda. Estas fotos en color a gran escala, de aspecto pulido y brillante, producen una imagen fría, neutra y superficial. La banalización del pop se ha llevado a sus últimas consecuencias.Richard Estes (1936) pinta escaparates brillantes y llenos de reflejos, sometidos a una geometría estricta y precisa, en un trompe l'oeil moderno; los coches son el tema de Don Edy (1944) y John Salt, para el primero nuevos y relucientes, dispuestos para empezar el rodaje de la película, mientras al segundo sólo le interesan las carrocerías como ruinas.David Parrish (1939) prefiere las motos -los nuevos caballos del cowboy americano-, otro símbolo todavía de toda una generación y Richard MacLean vuelve a los ranchos que ya son de luna park. Chuck Close (1940) pasa fotos de fotomatón, hechas para carnet de identidad, a un formato monumental -dos y tres metros-, cambiando por completo el sentido del retrato, que pierde su poder de identificación y de individualización para convertirse en un paisaje en blanco y negro.Pero la búsqueda del hiperrealismo -de ir más allá del realismo- lleva a la búsqueda del doble y el doble es más perfecto en tres dimensiones. La escultura hiperrealista recurre a un método viejo y recientemente utilizado por Segal: moldes del cuerpo del modelo en fibra de vidrio y resina de poliester, a los que estos añaden pelo y ropas de verdad, como santos de vestir, cumple este deseo de hiperrealidad. John de Andrea (1941) hace desnudos perfectos desde el punto de vista de la reproducción, sin evitar un accidente físico, por poco agradable que sea. Menos complaciente aunque más hiperrealista, si cabe, es Duane Hanson (1925). Hanson no desnuda a las personas -después de todo el desnudo es un modo tradicional de representación en nuestra cultura-, desnuda la sociedad americana y sus Mujeres en el supermercado (gordas, con rulos, zapatillas, el bolsito y el carro de la compra) son una burla cruel de la mujer americana -occidental-, una crítica al sueño americano y un atentado al buen gusto. Su galería de horrores contemporáneos no perdona a nadie: soldados de Vietnam, homeless de Nueva York o turistas con zapatillas de deporte, sombrero, pantalón corto y guía dispuestos a huir de la vida cotidiana. Todos entramos en alguna categoría de Hanson, como entrábamos en los Rehenes de Dubuffet o los hilillos de Giacometti.